Te aferras a tu ser pequeño porque
esencialmente esa es tu esencia.
Y así, pequeña y sin mácula,
crees, y lo haces con mayúsculas. Y sientes que la vida, por más que se empeñe
no va a mover un ápice de ti, porque tú CREES y crees en algo tan intangible
como el Dios de otros. CREES en la amalgama de valores, a veces esclavizantes,
que has ido cosiendo a través de una trama de hilos invisibles, pero tan férreos
como tu empeño en seguir creyendo.
Asida a todo un ideario que le da
sentido a un esquema de vida que protege ese planeta imaginario donde las
personas son leales por naturaleza, tan hermosas que no necesitan de atrezo,
solidarias de forma primitiva bajo el instinto de protección de especie y
protectoras con las personas a las que aman, en las mil formas de amor que el
libre albedrio nos concede, sin que cualquier manida excusa sea usada para
justificar el olvido.
Y el caminar no altera lo que tú
has empedrado porque así lo has decidido. Aún firme. Inamovible. Ni la bofetada que amorató tu rostro, ni la
china que se coló en tu viejo zapato de charol y dura hebilla, ni el empujón
que levemente modificó tu sendero, ni el jirón de piel que perdiste ante las
primeras mentiras, ni el tirón de cabello que anudaba tu coleta de caballo que
sentiste ante las decepciones, pueden desmontar el mantra que rodea al altar de
tus creencias.
Y callas a gritos en silencio que
tornan en desgarradores a aquellos que desde la incredulidad innata pretenden
arrastrarte a su infierno escondiendo su sórdida estratagema, tras la falsa
inmaculada intención de protegerte del daño futuro, adelantando el daño afilando alfileres que mantengan abiertos tus
ojos ante una realidad sucia, que no quieres ver, porque quieres CREER.
Ni a unos, directos, rudos y
nacidos del recelo; ni a otros, que disfrazaron lo mismo de un mundo de
creencias que comulgaban con aquellas que tú habías cuidado con mimo, os
perdono. No perdono que queráis que deje de creer. Y aún hoy, con algo roto,
sin exceso de drama, tan solo producto del desapego impuesto en una serie de comportamientos
cotidianos y al mismo tiempo, tristemente significantes, me aferro a Coleta, la
Poeta, y volveré a creer. En menos, quizás, con más miedo, también, con
cuidado, seguro, pero lo haré, y habrá un reducto, el mío, el de mi planeta
imaginario protegido por un foso construido por una imposta de precaución, una
dureza ajena, una alta dosis de cinismo y
una mezcla nauseabunda de putrefacción que solo bajará el puente levadizo a quien no sea
capaz de minar la creencia de que las personas merecen la pena.